Recientemente pude volver a disfrutar de dos de mis películas favoritas: Yakuza (1974) y Black Rain (1989). Ambas tienen en común que ocurren en Japón con occidentales y donde esta presente la temible mafia japonesa, la Yakuza. La primera está protagonizada por Robert Mitchum y la segunda por Michael Douglas. En ambas el actor japonés es Ken Takakura, de excelente desempeño.
Interesante las historias, también ver Japón con diferencia de años. Los mafiosos son los mismos con sus espectaculares tatuajes de cuerpo entero, su maldad y su estricto código moral. Esto puede parecer raro pero sus códigos prácticamente no se diferencian de los de los samurái.
El sentido del deber (Giri), de la lealtad son de una profundidad en la que está involucrada la vida. Esta parte de ambas películas me gustan mucho. Es emocionante ver como la amistad es amistad de veras, como los compromisos se respetan no importa cuántos años hayan transcurrido y que las personas pongan sus valores por encima de sus propias conveniencias. Admiro mucho este aspecto de la cultura japonesa y quisiera encontrar personas que sean capaces de tener valores, respetarlos y ser leales a toda prueba. En nuestro grupo, imbuido del espíritu samurái, son muchos los que tienen ese sentido de lealtad con su escuela, con sus compañeros y profesores. Gracias a ellos hemos podido sobrevivir en un mundo donde el Karate y las artes marciales en general son objetos suntuarios, de entretención, o de competición, sin mayor importancia.
Esto no es poco ya que la mayoría de las personas viven de acuerdo a lo que más les acomoda y de donde pueden obtener algún provecho, sin convicciones ni valores más profundos. El sentido de agradecimiento existe poco y no se valora lo que los demás, sean profesores, o condiscípulos hacen por nosotros en el camino del Do. El egoísmo es quién va ganando en esta carrera de apariencias, conveniencias y ganancias.
Por eso, muchas veces quienes cultivamos estas artes al observar la actitud de las personas nos preguntamos si vale la pena seguir atesorando conocimientos y sistemas de enseñanza con tanto tesón y dedicación para entregárselos a quienes no los sabrán valorar. El Sensei Kido al respecto siempre ha sido muy insistente en que uno tiene que enseñar y enseñar con amor incansablemente aunque parezca que cae en saco roto porque tarde o temprano las personas tomarán consciencia del significado profundo de esta sabiduría. En parte por eso es el gran respeto, enorme afecto y agradecimiento que siento por él. Pero, por otro lado, otros respetables profesores consideran que solamente hay que enseñarles a las personas que hacen méritos suficientes como para ser tomados en cuenta y son dignos de darse el trabajo de enseñarles. Dicho en otra frase conocida que se me viene a la cabeza es que “no hay que darles perlas a los chanchos”. Entonces es como un dilema Zen: ¿le enseñamos a todos con gran amor y paciencia y solamente a algunos pocos que se lo merecen? Personalmente me he sentido impresionado de ver las actitudes que pueden llegar a tener algunas personas con tal de sacar una ganancia, un beneficio demostrando que de valores y de lealtad no tienen nada. Quizás sirvan para poner a prueba el temple de mis convicciones o para abrirme los ojos y ser capaz de ralear de maleza el campo. Veremos que es lo más verdadero, mientras los invito a ver esas dos grandes y entretenidas películas que tanto he disfrutado.