Shoodo, los primeros aprontes.

cal5aLos Kanjis, ideogramas de origen chino, usados en varios países de oriente, tienen un atractivo y una belleza que nos cautiva, más allá de entender lo que significan. Su forma, armonía y ritmo son únicos. No tengo recuerdo desde cuándo me sentí atraído por estas enigmáticas “letras”.

Mi primer encuentro cercano con este arte fue en el Instituto Chileno Japonés veintitantos años atrás. Se realizó una exposición de Caligrafía y fui invitado a la inauguración. Después de una interesante charla acerca de la caligrafía, el Zen y otras yerbas hubo un coctel y a continuación una demostración a cargo del Sensei Masatoshi Kido. Para mí fue muy emocionante y sentí que algo se movía en mi espíritu. Conversando con el Sensei le hice ver el interés que tenía por esta disciplina la que, desgraciadamente, era dictada en el mismo horario de los cursos de idioma japonés a los que asistía en ese momento. El Sensei con mucha generosidad y sencillez me invitó a practicar a su casa los días domingo en la mañana.  Comencé ahí un largo camino lleno de vivencias muy valiosas, aunque la verdad es que por meses no conseguía hacer el más mínimo trazo con un leve grado de corrección. Me desesperaba entender lo que había que hacer y no conseguirlo. El Sensei con mucha paciencia mostraba una y otra vez como si fuera la cosa más fácil como se ejecutaba el trazo y con cariño y firmeza tomaba mi mano para guiarme. En uno de los viajes a Brasil, en Libertade, el barrio japonés, me había comprado un pincel, cosa muy difícil de conseguir en esa época. Además me había costado carísimo. Muchas veces creí sinceramente que era el pincel el que no era adecuado, como cualquier cojo que se respete culpando al empedrado. Pero no. No importaba el pincel, el incapaz era sin duda yo. Por años había dibujado y pintado con bastante éxito. Mi querido amigo y profesor jefe del colegio, Augusto König, siempre comprendía mis dibujos, me celebraba y alentaba. Pero eso no significó nada, ninguna ventaja. Había pintado con pinceles desde niño pero este carísimo pincel no me hacía ningún caso. La mano se me llegaba a poner rígida tratando de lograr un trazo siquiera digno, pero nada. No sé en qué momento fue que me olvidé del asunto y los trazos se sucedían en medio de la interesante conversación y nunca dejaba de maravillarme al ver al Sensei Kido en acción. Practicaba donde fuera de manera incansable, hasta que el pincel comenzó a hacerme caso.

Son muchos los elementos que confluyen en que un trazo salga bien, tema para otro artículo. Mis agradecimientos al Sensei Masatoshi Kido a quien siento como un padre.